· ¿Las factorías donde produce sus productos? ¿Su maquinaria u oficinas?
No. Hoy puede tener una factoría en un sitio, venderla y comprar o construir otra. También puede cambiar o ampliar su tipo de actividad.
· ¿Los trabajadores?
Por supuesto que no. Son solo proveedores de servicios que pueden cambiar en cualquier momento. Y aquí entran los directivos también.
· ¿Los proveedores, los clientes?
No. Por la misma razón.
· ¿Los accionistas o propietarios?
Claro que no. Las acciones se venden. La empresa entera se puede vender y la empresa sigue ahí.
· Ya esta: Su NIF (Numero de Identificación Fiscal).
¡Tampoco! El NIF no cambia de la misma manera que el DNI de una persona no cambia. Pero una cosa es el DNI y otra la persona. De la misma manera que el DNI no es la persona que identifica, el NIF tampoco es la empresa.
Nada. La empresa no es nada tangible.
A ver si las personas tampoco serán nada. Pero dejemos las personas para otro día que es un tema más peliagudo y sigamos con las empresas. Si no podemos definir una empresa en particular, ¿al menos que tienen de común todas ellas?: Un afán de obtener beneficios a partir de un capital inicial. En abstracto: Partiendo de cierto poder procurar incrementarlo.
En esencia una empresa es ambición. Codicia materializada.
No es necesariamente mala. La ambición mueve el progreso. Tenemos medicinas y teléfonos móviles gracias a la ambición de alguien. Sin olvidar la ciencia que aporta conocimientos a las empresas y que puede tener motivaciones mas elevadas.
Pero también tenemos infinidad de productos inútiles en los países llamados ricos. También expoliamos la naturaleza y otras personas por la codicia.
Las empresas mueven el mundo. La codicia, mueve el mundo y así esta. Y la mayoría de nosotros moviendo la rueda. Bienaventurados los que ponen palos a la rueda. Cuestionemos pues nuestro trabajo y nuestro consumo. ¿Esta nuestra vida movida por la codicia o por el deseo de expandirnos, de ser felices?
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